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Cada etapa de la infancia es única, con sus propios ritmos, descubrimientos y retos. Elegir juguetes acordes a la edad de cada niño o niña no solo les divierte, sino que les ayuda a desarrollar habilidades físicas, cognitivas, sociales y emocionales de forma segura y natural.

En los primeros meses de vida, los bebés comienzan a descubrir el mundo a través de sus sentidos. Sus ojos aprenden a enfocar, sus manos a abrirse y cerrarse, y sus oídos a reconocer voces y sonidos familiares.
En esta etapa, el juego es sobre todo una extensión del vínculo con mamá, papá o cuidadores: miradas, canciones, caricias y objetos seguros que estimulen la vista, el oído y el tacto.
Enfoque: ofrecer estímulos suaves y de alto contraste, fomentar el contacto piel con piel y propiciar momentos de calma y seguridad.

El bebé comienza a moverse con más intención: se voltea, se sienta, gatea y, en algunos casos, empieza a ponerse de pie. También mejora la coordinación mano-ojo, lo que le permite manipular objetos con mayor precisión.
El juego aquí se vuelve más activo: explorar, golpear, agitar y dejar caer objetos para entender el concepto de causa-efecto.
Enfoque: estimular la movilidad, la coordinación y el descubrimiento del entorno de forma segura.

En esta etapa, los niños ya caminan (o están muy cerca de hacerlo) y se convierten en exploradores incansables. Empiezan a imitar gestos y acciones de los adultos, y a resolver pequeños retos de coordinación y lógica.
El lenguaje comienza a desarrollarse con rapidez: repiten sonidos, señalan y reconocen palabras.
Enfoque: potenciar la autonomía, la motricidad fina y el juego simbólico inicial.

A esta edad, el niño domina mejor el movimiento, corre, salta y trepa con más seguridad. El juego simbólico se hace más evidente: imitan tareas del día a día, representan escenas y empiezan a crear historias sencillas.
También crece su interés por las construcciones y los puzzles sencillos.
Enfoque: fomentar la creatividad, la coordinación motora y la expresión verbal.

La imaginación se dispara y el juego simbólico gana protagonismo: preparar comida, cuidar muñecos, conducir un vehículo imaginario… El lenguaje se amplía, aparecen las primeras frases y las preguntas constantes.
El niño empieza a interactuar más con otros y a comprender reglas sencillas.
Enfoque: favorecer la creatividad, la socialización y el desarrollo del lenguaje.

A esta edad, los niños empiezan a crear historias complejas, representar papeles y combinar diferentes elementos para construir sus propios mundos. La motricidad fina mejora notablemente, lo que les permite hacer puzzles más elaborados o manejar herramientas de manualidades.
También es un momento clave para trabajar la gestión emocional y la resolución de conflictos.
Enfoque: impulsar la imaginación, la cooperación y la autonomía emocional.

El niño muestra mayor capacidad de concentración y empieza a planificar acciones para alcanzar un objetivo. El juego puede durar más tiempo y volverse más estructurado. La precisión motora les permite encajar piezas pequeñas, dibujar con detalle y realizar actividades manuales más complejas.
Enfoque: estimular la creatividad, la planificación y la perseverancia.